Que todas las tradiciones relativas a la Navidad son paganas -y no es una exageración-, desde la propia celebración de la efeméride del nacimiento de Jesús, pasando por las vacaciones y los regalos hasta el aguinaldo, es un hecho que indudablemente nadie en sus cabales o con los conocimientos necesarios pone ya en cuestión. Dicho esto, hay hechos y aspectos históricos, teológicos, que esbozan esta realidad con el matiz atrayente de ser una curiosidad muy poco conocida o divulgada en sus detalles.
Por ejemplo, no nos es ajeno que si Roma cambió la fecha que marcaba el inicio del nuevo año aprovechando la celebración religiosa en honor a Ianus (Jano) en las kalendas de enero, fue a causa de las Guerras Celtíberas, lo mismo que sabemos que existe una prolija variedad pagana de costumbres relacionadas con esta fecha que han sobrevivido hasta la actualidad, como por ejemplo las rutinas favorecedoras para el nuevo año en los días inmediatos previos al cambio de Ciclo, las felicitaciones deseándonos un próspero Año Nuevo[1], o regalar y consumir dulces, unas costumbres que son de todo menos modas pasajeras propias de nuestra sociedad consumista[2]:
“¿Por qué se dicen palabras de felicitación los días de tus calendas, y hacemos y recibimos votos recíprocamente?” Entonces el dios –Jano– apoyándose en el báculo que llevaba en su diestra, dijo: “Los augurios suelen hallarse en los principios. A la palabra primera dirigís vuestros oídos temerosos[3], y el ave que primero vio es la que toma en cuenta el augur; están abiertos los templos y los oídos de los dioses, ninguna lengua profiere votos perecederos y tienen peso las palabras”. Había terminado Jano, pero yo no guardé largo silencio, sino que con mis palabras empalmé sus últimas palabras: “¿Qué significado tienen los dátiles y los higos arrugados? -dije- ¿y la miel resplandeciente que se ofrece en un vaso blanco como la nieve?” “El motivo -dijo- es el augurio: que semejante sabor persevere en las cosas y que el dulce año termine su camino emprendido”…[4]
¿Pero cómo es que tras la irrupción y dominio del cristianismo seguimos festejando el Año Nuevo el día 1 de enero, siendo como es una festividad religiosa y pagana? ¿Fue siempre así? y si no lo fue ¿qué pasó para que llegase a nuestros días?
Como puede suponerse, tanto el hecho lúdico como el religioso del Año Nuevo no sólo no pasaría desapercibido para el cristianismo, sino que como hizo en otras muchas ocasiones trató de eliminarlo, cambiarlo o disfrazarlo repetidamente del acervo estacional de Occidente, hasta que al final no tuvo más remedio que ceder a la fidelidad -terquedad dirían ellos- popular (inconsciente colectivo) de aquellas sociedades para con sus costumbres ancestrales.
En un principio se optó por la censura y el engaño, por un lado prohibiendo la celebración a Jano en las Kalendas de Enero y por el otro buscando modificar el hito, trasponiéndolo a una fecha acorde al nuevo Culto. De este modo si había que reconocer y fijar un cambio jurídico, social y religioso estacional (un nuevo año), ya no sería la mitología pagana sino la cristiana la que serviría de referente.
A falta de hechos consumados que pudieran facilitarlo, ya que no existía precedente ninguno que lo hubiese podido justificar en un cristianismo aún bisoño y por lo tanto marcadamente apocalíptico, había que asacarlo de algún lado y darle un contexto creíble que pudiera asumir el pueblo. Así, abundando en el trabajo, por otra parte errado, de Dionisio el Exigüo un siglo antes en cuanto la fijación del nuevo año en la Pascua[5], “los autores cristianos negaron que ese día -1 de enero- tuviera que marcar necesariamente el principio del año; basándose en el relato del Génesis según el cual Dios “separó la luz de las Tinieblas”, Martín de Braga señalaba que, puesto que la división indicaba la igualdad, el equinoccio de primavera (21 de febrero) debía elegirse como fecha del inicio del año. En la Edad Media, Pascua fue la fecha elegida con más frecuencia para señalar el principio del año… Sin embargo, esta costumbre nunca fue universal, y en Francia quedó definitivamente descartada cuando, en 1564, Carlos IX decidió instaurar de nuevo en todo el reino el 1 de enero como inicio del año”[6].
Pero claro, pese a los panegíricos y las exhortaciones cristianas ni la mayoría de la población pagana era cristiana salvo por la fuerza, ni los nuevos cristianos tenían muy clara la necesidad de abandonar según qué tradiciones o costumbres. Y esto queda demostrado por la insistencia del clero con denunciar una y otra vez las “formas”, obstinadamente paganas, con las que la población conmemora esta fecha.
“Durante toda la alta Edad Media, por el contrario, los clérigos habían denunciado con ardor los festejos del 1 de enero. Atacaban tres tipos de costumbres. En primer lugar las estrenas, de las que los regalos de Navidad constituyen una lejana prolongación. Michel Meslin ha demostrado que las estrenae, relacionadas con la organización social y el clientelismo romanos -el patronus distribuía ese día sus beneficios para asegurarse a cambio la fidelidad de sus clientes durante todo el año-[7], eran contrarias al ideal cristiano de la caridad”[8].
Otra de las costumbres aludidas, además de las estrenae, es la mascarada. Las danzas de animales o totémicas en las que los aldeanos se vestían con pieles y cabezas de cérvidos y otras bestias y recorrían o bailaban por las calles de nuestros pueblos y aldeas han sobrevivido tal cual hasta nuestros días, más conocidas como las Mascaradas de Invierno. Ejemplos de esta costumbre son el guirrio leonés o las carantoñas extremeñas.
Con todo, el cristianismo se encontró con un problema fundamental que tuvieron que enfrentar y bien está decirlo, afortunadamente con muy malos resultados: el 1 de enero, como fiesta en sí, mantuvo su estatus. Ni trasladar el inicio del año a una nueva fecha ni las prohibiciones pudo acabar con las Kalendas de Enero, por lo que hubo un último intento por borrar de la memoria popular el festejo pagano imponiendo una efeméride absolutamente ficticia, como lo es fijar para el 1 de enero la circuncisión de Jesús.
“La celebración “supersticiosa” de las calendas de enero corría el peligro de persistir durante mucho tiempo, pues la Iglesia, que ya celebraba el 25 de diciembre la Natividad de Jesús y el 6 de enero la Epifanía, no tenía muchas alternativas para sustituir ese día intermedio. En consecuencia, se vio abocada en conceder más importancia en su liturgia al único acontecimiento de la vida de Cristo que podía introducirse con lógica en esa fecha: la circuncisión. Los orígenes de esa fecha son bastante oscuros. Parece que se celebró primero en Oriente, en el siglo V; en el siglo siguiente, aparece mencionada en la liturgia galicana. Su función de contrafuego no ofrece ninguna duda; ese mismo día se celebraba un oficio Prohibendum ab idolis contra las “supersticiones”. Además, la Iglesia constituyó el 1 de enero una jornada de ayuno para contrarrestar los festejos tradicionales. El primer testimonio de dicho ayuno figura en el Concilio de Tours de 567, cuyo decimoséptimo cánon resulta absolutamente explícito:
Siendo todos los días entre la Navidad y la Epifanía días de fiesta, se podrá comer normalmente, [pero] a fin de combatir la costumbre, nuestros padres han decidido que el día de las calendas de enero se canten letanías en casa y salmos en la iglesia, y que a la octava hora de ese día se celebre la misa de la Circuncisión”[9].
Es cuanto menos llamativo saber que la Iglesia Católica trató de cambiar la fecha de Año Nuevo a Pascua, que hubo un tiempo que se celebró en otras fechas, que no era fija y que el único motivo de que celebrasen la Circuncisión este día fue estratégico y en absoluto piadoso, pero lo más importante, lo que más puedo resaltar de estos detalles empolvados por el tiempo y el desinterés, es comprobar la tenacidad humana, la esperanza, las ganas de luchar y resistir hasta más allá de nuestras fuerzas y aún a costa de nuestras vidas por preservar una fe y unas creencias con las que hoy puedo enriquecerme, sin que apenas sea consciente del tremendo esfuerzo que hicieron quienes me precedieron para que yo disfrute de este derecho.
De todas sus descabelladas maquinaciones para ahogar la libertad de creencias del resto de seres humanos, he de reconocer que tiene incluso sentido que el cristianismo reivindicase la Pascua como su Año Nuevo, es más ¿por qué no volver a reivindicarlo otra vez? así, después de 1.600 años incordiando al prójimo y de una vez por todas nos dejarían a los demás celebrar nuestras fiestas como queramos hacerlo, sin tener que soportar año tras año sus mensajes insultantes.
A poco más de un mes de las Kalendas de Enero y después de releer estas líneas, solo se me ocurre decir gracias… Gracias y Annum Nouom faustum felicem para todos aquellos que con su fe y tenacidad han hecho posible.que hoy nosotros disfrutemos de su legado.
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1.- “annum nouom faustum felicem” (-te deseo- felíz y próspero año nuevo), es una frase hecha común en las Kalendas de Enero. Un ejemplo es la recogida en las Tabulae Vindolandenses II. Bowman-Thomas nº 261. Existen referencias suficientes para poder afirmar que ésta fue una fórmula habitual de felicitación.
2.- Para conocer al detalle las costumbres y tradiciones del Calendario romano en los albores del cristianismo es imprescindible recurrir a Ovidio y su obra Fastos.
3.- “Los romanos se preocupaban seriamente de que el primer nombre que se pronunciaba en las ocasiones solemnes, o el nombre de la persona que actuaba en primer lugar, fuesen de buen agüero. Así, cuando el cónsul hacia reclutamientos, el nombre del primer soldado debía ser feliz; los que conducían las víctimas al altar igualmente debían tener nombres afortunados, etc,” Ovidio. Fastos, pág. 29 (nota 26). Ed. Gredos 2001. Introducción, traducción y notas de Bartolomé Segura Ramos.
4.- Op. cit., Libro I. 175-185, ibíd.
5.- Dionisio el Exigüo (470-544 e.a.) sería quien acuñase el término Anno Domini (Anno Dómini Nostri Iesus Christi, simplificado Anno Domini) para calcular la muerte y resurrección de Jesús (Computus) y modificar la fecha de referencia histórica en su obra Tabla de Pascuas (Liber de Paschate, s. VI e.a.).
6.- Jean-Claude Schmith, Historia de la superstición, Las calendas de enero pág. 77.
7.- Nuestra “Paga de Navidad” y “regalos de empresa” son una clara reminiscencia de esta costumbre.
8.- Jean-Claude Schmith. Op. cit. págs. 77-78.
9.- Jean-Claude Schmith. Op. cit. págs. 80-82.
©Fernando González-Wicca Celtíbera
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