Levantar el Templo (delimitar/marcar el espacio de Culto ceremonialmente), es uno de los Misterios del Rito entre las religiones precristianas. Cada cultura tiene su propia manera de adecuar el lugar donde va a realizar sus ceremonias…
Acondicionar nuestro entorno para algún acontecimiento destacado, es una forma de interacción tanto sagrada (con lo Divino o trascendente) como profana (social, de la comunidad) propia pero no exclusiva del ser humano, al margen de la utilidad o los motivos que tengamos para hacerlo. De hecho, todos los seres vivos escogemos o seguimos, incluso como humanos en no pocas ocasiones instintivamente, los modos y las formas prefijadas de llevar a cabo acciones o “costumbres” relevantes para nosotros.
Basta con fijarnos en los diferentes ritos de apareamiento en el reino animal y sexuales específicamente entre nosotros, para comprender mejor la tendencia natural a prepararnos y preparar el entorno siguiendo un patrón o costumbre para que las cosas estén y salgan todo lo perfecto que deseamos. En lo que al ser humano se refiere, seguro que todos tenemos unas reglas o una atención superlativa, para cuando el encuentro afectivo/sexual no es casual y la persona sea especial.
En el ámbito espiritual y en concreto de lo religioso, ocurre exactamente lo mismo, porque el ser humano, como sabemos, tiende a ritualizar todo aquello que le resulte importante o trascendente.
Además de seguir unas normas concretas (ya física como mentalmente hablando), seleccionamos el espacio que sirva mejor al propósito del mismo con el objeto de hacerlo evocador para nosotros y atrayente para lo que se quiera condensar en él.
Así, primero elegimos el lugar adecuado en el que vayamos a comunicarnos con lo Divino, teniendo en cuenta para su elección las particularidades propias de la Divinidad (atribuciones, símbolos, etc.) y las necesidades del rito en su aspecto funcional (acceso, disposición, orientación, maniobrabilidad, aforo, etc.).
Después, acondicionaremos ese espacio para que sirva al propósito para el que lo hemos seleccionado (rito de paso, devocional, estacional, etc.), observando una serie de reglas que haga posible percibir el mensaje del entorno, estar en sintonía con el propósito y tener una comunicación/relación clara, directa y sin interrupciones.
Finalmente nos “situaremos”, preparando la mente para el rito que vamos a realizar, aislarnos frente a cualquier distracción y seguir las prescripciones rituales. Una vez alcanzado el propósito, debe “cerrarse” o completarse la ceremonia, siguiendo una rutina por lo común inversa.
Una presunta excepcionalidad esto último (cerrar el rito desandando su apertura), en comparación con las ceremonias de otras religiones más modernas, como por ejemplo en las judeocristianas, que aún no ha quedado lo suficientemente acreditado que se corresponda con los patrones antiguos originales y no por falta de referencias, sino de interés por buscarlas, pero que sin duda y como iremos revelando, tienen igualmente una base histórica en la que sustentarse.
Y esto ha sido así durante milenios. Ya Templo o Santuario, al abrigo de una gruta o al aire libre, bajo techo artificial o natural el ser humano ha adecuado el espacio dedicado a lo Trascendente, a lo Divino, de manera que se ajuste a un protocolo y formas concretas y diferentes de sus ocupaciones habituales y hábitat cotidiano: “Además, la organización en “estaciones” del itinerario seguido por los fieles dentro del santuario no sólo comportaba la narrativa espacial de un pasado mítico vinculado a la hierofanía original, de la que el peregrino se apropiaba mediante su activa cartografía, sino que también configuraba pautados “movimientos y gestos de acercamiento” que preparaban al devoto, espacial y simbólicamente, para el deseado encuentro con lo sagrado. De este modo, la arquitectura y la topografía del santuario no sólo ofrecían un escenario para la celebración del ritual, sino que, sobre todo, generaban en el visitante unas experiencias visuales y psicosomáticas que determinaban el modo en que éste experimentaba su vivencia de lo sagrado.”[1]
Al ritualizar la comunicación con lo Divino, los Cultos paganos hacemos del espacio sagrado una “isla”, utilizando para ello recursos mentales (concentración, visualización, evocación, etc.), visuales (símbolos, alegorías e imágenes) y físicos (delimitación y/o marcación del espacio, procesión, gestos rituales, etc.), apoyándose como decimos, en figuras (alegorías e imágenes) previamente localizadas, señaladas y/o ubicadas ex profeso.
Cuando levantamos o erigimos el templo o santuario en nuestros ritos, creamos lo que viene a conocerse como liminalidad o frontera entre lo sagrado y lo profano.
Alfayé y Rodríguez-Corral lo explican del siguiente modo: “Liminalidad ha sido definida por Turner 1967, 93, como a “social zone situated betwixt and between powerful systems of meaning”. El espacio liminal es un lugar que separa dos espacios ontológicamente diferenciados y que, por su naturaleza mediadora entre diferentes lugares vividos, es un weighted space (Parker Pearson y Richards 1997), un lugar donde se concentra una gran cantidad de significados y donde entran en contacto esferas diferenciadas y en ocasiones opuestas, lo que lo convierte en un “espacio de ansiedad” para la comunidad, especialmente notable en sus puntos de ruptura (vanos, entradas), objeto-espacios transicionales que materializan “todo un cosmos de lo entreabierto” (Bachelard 1994, 222)”[2]
Como apuntamos, este espacio liminal se ordena de diferentes maneras, utilizando para ello fórmulas más o menos elaboradas en virtud del Culto y del rito o ceremonia de que se trate.
En la antigüedad, cuando lo sagrado y religioso afectaba de igual manera a toda la comunidad, los medios, las formas y la afectación eran mucho más notables y perceptibles. Así, por ejemplo, no era extraño el uso de yuntas y arados, procesiones, bailes y paradas para delimitar físicamente este espacio, como nos consta que se realizaba en la Península Ibérica, circunvalando en derredor para marcar los límites: “El trazado perimetral es bien conocido en la Antigüedad en relación a los pomeria romanos (Frothingham, 1915: 315 y ss.) Y estrecha lazos con la práctica de arar que representa del carrito galaico de Vilela y otros indicios de protección de murallas-comunidad en ciertos yacimientos pre-rromanos de la Península Ibérica (Pena, en Tenreiro 2007, 185; Alfayé, 2007)”[3]
Esto no quiere decir que no hubiera fórmulas menos agresivas o vistosas, como lo es procesionar alrededor del espacio liminal, que es en última instancia la que más ha perdurado en un tiempo primero de ocultamiento y luego de discreción. Lo importante en este caso es la evidencia que demuestra que esto es así y no es una incorporación moderna a nuestras liturgias.
Esta disposición del espacio ritual, llevaba -lleva- aparejadas unas fórmulas de inicio y acceso igualmente determinadas, como leemos, donde la delimitación circular está de sobra atestiguada. De hecho, la señalización circular del espacio ritual es una constante religiosa que podría decirse atávica y universal, y por supuesto identitaria entre los pueblos indoeuropeos.
En el contexto académico se la denomina circumambulatio. “Un rito circumambulatorio -del latín circum y ambulo- es una práctica consistente en dar una o más vueltas alrededor de un objeto de culto central sea cual sea su naturaleza, adscripción religiosa o cultural, y por la que los participantes solicitan una intercesión de la divinidad en el mundo de los vivos o simplemente expresan reverencia, devoción o maldición. Se trata, por tanto, de una forma de veneración que lleva implícito el reconocimiento de la sacralidad de aquello que se rodea o de lo que esto representa […]”[4]
Del hecho histórico propiamente dicho, de origen precristiano, que la comunicación con lo Divino y la sacralidad del lugar vienen determinadas ceremonialmente, por la delimitación liminal alrededor del objeto o espacio de Culto, se desprende que esta liturgia no obedece a “protegerse” de Entidad diabólica ninguna, ni mucho menos de la Divinidad que se invoca o del acto religioso en sí mismo.
Esta desvirtuación del rito original no fue entendida así hasta mucho tiempo después, cuando la superchería, hábilmente introducida por el Cristianismo en la sociedad y la religiosidad popular, dominada aún por un Paganismo residual pero arraigado, demoniza a los Dioses y por lo tanto les convierte en “figuras” malvadas a las que se puede dominar, pero de las que no hay que “fiarse”.
Es indudable que la delimitación del espacio liminal contiene un principio purificador, pero ni mucho menos en el contexto cristiano que ha llegado hasta nosotros. Que se marque, “limpie” y bendiga el espacio sagrado, no tiene por objeto evitar el mal de Quienes se invoca, sino de consagrar ese mismo espacio y hacerlo adecuado para la Divinidad. Concretamente se exorciza el lugar, se purifica después y finalmente se consagra para hacerlo apto, digno y capaz.
Pensar lo contrario, que marcar el espacio liminal para levantar el Templo tenga un sentido profiláctico en vez de apotropaico, solo cabe en la mentalidad de quienes entiendan que lo que van a “llamar” sea malvado, una idea tan absurda como imaginar un sacerdote cristiano haciendo un círculo de sal, para protegerse de Cristo en la Misa. ¿Cómo es posible que a día de hoy, sigamos creyendo que el uso de “límites” pretende protegernos de lo invocado?
Otra obviedad a la que no hemos prestado la debida atención y en algunos casos hemos ignorado, es que si la historia y la etnografía reconocen la existencia primitiva de este tipo de fórmulas y actos rituales entre nuestras sociedades, como la de levantar el templo “marcando” el espacio circularmente, es imposible que se deba a una iniciativa moderna.
Así, todas aquellas personas que defiendan un origen cabalístico, rosacruz, masón, teosófico, de la magia ceremonial o diabólico de la apertura del Templo o haberla copiado de tradiciones anteriores en la Wicca, por ejemplo, se equivocan. Cuestión diferente será haberlo sacado de la misma fuente o llegar a ella a través de las anteriores.
Es que en realidad ha sido al revés, que todas estas Órdenes, Sociedades y Fraternidades son las que como es lógico se han valido después de los ritos precristianos para elaborar los propios, fundamentalmente a partir del s. XVIII e.a., donde nacen la mayoría de ellas. Mientras no se demuestre lo contrario, el abuelo es anterior al nieto…
Y por mucho que no aceptemos el hecho evidente que la Wicca, a secas, es una religión indoeuropea, mejor decir LA religión o una forma de expresar la práctica de la misma entre los pueblos indoeuropeos, las Tradiciones de ésta, develadas que no creadas a partir del s. XX y por mucho que hayamos adaptado que no cambiado el Ritual al momento que vivimos, no hemos “copiado” sino puesto al día y visibilizado una liturgia de la que somos practicantes y legítimos herederos.
Una práctica que no perdimos ni siquiera durante las persecuciones, como demuestran una y otra vez los numerosos ejemplos atestiguados en la bibliografía medieval. Es más, a lo largo de toda la Edad Media e incluso la Edad Moderna, uno de los tópicos habituales de los Akelarres ha sido y es celebrarlo en círculo, de forma circular.
Sirva de ejemplo, el LIBER IUDICIORUM de Recesvinto (649-672), legislación visigótica que vino a sustituir la romana (Codex Theodosianus, Sententiae de Paulo) a partir del Breuiarium Alarici Regis de 506 e.a.), más conocido como FUERO JUZGO.
En la revisión del Fuero Juzgo del rey Ervigio (680-687), las leyes contra los paganos nos confirman que, efectivamente, aún en el s. VII e.a. y pese a las terribles persecuciones a las que estuvieron sometidos, los ya conocidos como paganos seguían levantado el Templo como lo hicieron en un pasado remoto. Así, leemos que se sancionaba con la pena de 200 azotes, marcar la frente y exhibir a los reos por 10 poblaciones aledañas, a quienes en la noche devocionaran a nuestros viejos Dioses en círculo, haciendo círculos (levantando el Templo de forma ritual)[5].
Circunvalar el espacio sagrado para marcar la zona liminal que determina los límites del Templo o Santuario, es una práctica inherente a nuestros Cultos, necesaria para llevar a cabo nuestras ceremonias e imprescindible para el desarrollo de nuestros ritos; testimonio vital de un legado que no podemos ni debemos perder, porque nos pertenece e identifica.
©Fernando González
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1. Silvia Alfayé, HACIA EL LUGAR DE LOS DIOSES: APROXIMACIÓN A LA PEREGRINACIÓN RELIGIOSA EN LA HISPANIA INDOEUROPEA. Universidad del País Vasco. Francisco Marco Simón, Francisco Pina Polo y José Remesal Rodríguez (Eds). VIAJEROS, PEREGRINOS Y AVENTUREROS EN EL MUNDO ANTIGUO, p. 182.
2. Silvia Alfayé, Javier Rodríguez-Corral. ESPACIOS LIMINALES Y PRÁCTICAS RITUALES EN EL NOROESTE PENINSULAR. ActPal X. PalHisp 9, p.107.
3. Pedro Moya Maleno. LA SACRALIDAD Y LOS RITOS CIRCUMAMBULATORIOS EN LA HISPANIA CÉLTICA A TRAVÉS DE LAS TRADICIONES POPULARES. RITOS Y MITOS. VI Simposio sobre Celtíberos. Francisco Burillo Mozota (Ed.). Fundación Sega – Centro Celtibérico. P. 557.
4. Ibid., p. 553.
5. FUERO JUZGO (revisión de Ervigio). II, IV. De los encantadores, provizeros, ó de los que los conseian.
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