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Aunque hace ya casi un  par de años que escribí  este artículo, creo que por desgracia el tema no ha perdido en absoluto  nada de su interés, pues seguimos encallados aún hoy en el mismo debate sin que ciertas noticias quizá aisladas, quizá no tanto, hayan sido particularmente seguidas apenas por nadie y que sumadas dicen otra cosa y dicen mucho: que además de estar favoreciendo el integrismo católico, hacemos oídos sordos a quienes avisan del peligro de sumar, además, el mucho más virulento islámico. Quizá por eso, porque algunos vemos mucha afinidad, deberíamos preocuparnos….

Estas semanas atrás hemos vivido en España una encendida polémica en relación al uso del velo islámico en las escuelas. Todo empezó cuando a mediados de abril, se supo que una niña de 16 años (Najwa M.) había sido apartada de las clases en un Instituto de Pozuelo de Alarcón (Madrid), por pretender llevar el Hiyab (velo islámico que cubre la cabeza de las mujeres) dentro de las aulas. Diversas fuentes y diarios de opinión. Foto1: Alegoría de la fe, por L.S. Carmona 1752–53, Wikipedia «Fe». Foto2: Najwa M. llega con sus padres a su nuevo instituto, que no ha puesto ningún impedimento a que acuda con el velo.EFE/Ángel Díaz

Esta noticia, que a fin de cuentas es una parte de un todo mucho más complejo y profundo, lleva ya tiempo paseándose por los Centros de Enseñanza en sus diferentes modalidades (asignatura de religión o sobre las religiones, religión o moral, símbolos religiosos en las aulas y, ahora, el velo, o más concretamente, alumnos portando símbolos religiosos en las aulas). Y es que, aunque en este caso concreto se conculcan una serie de principios ajenos a la religión, no es menos cierto que no deja de ser una cabeza más de una hidra a la que tarde o temprano habrá que enfrentarse, y que abordaremos en un próximo artículo. Por ahora baste con la noticia en sí y las diferentes respuestas que puede suscitar.

Creo que el problema parte de la dejación del Estado por cohesionar la Educación bajo unos valores comunes a todas las Instituciones y Centros Docentes, a partir de los cuales pueda cada Centro desarrollarlos sin desvirtuar los mismos. Con una Ley General para la Educación común en todos los centros educativos, se evitaría el caos que supone que cada cual imponga unas normas arbitrarias que cambian radicalmente según de qué Centro sea y en qué lugar se ubique.

Partiendo de ahí, podemos abordar esta cuestión con más detenimiento. En el caso que nos ocupa, observamos dos aristas igual de cortantes: la creencia religiosa y los derechos humanos (en este caso el de la mujer).

En lo relativo a la religión, se defiende la postura de esta joven en tanto y cuanto tiene derecho a profesar y manifestar la religión que decida seguir, y nadie, por lo tanto, la dignidad de cohartar este derecho. Y si bien es cierto que tal potestad nos asiste, también lo es que un Estado aconfesional debe legislar para que en los Centros Docentes Públicos no permitan manifestaciones religosas externas. Respetando la confesión religiosa de todos los alumnos, éstos han de aceptar, a su vez, que en donde se les eduque no haya otra manifestación externa más allá de la docente, congraciando la pluralidad desde la asepsia de un Institución laica y Pública.

Esto no quiere decir que no puedan ni deban exteriorizar su fe, sino que han de hacerlo adecuadamente, en los lugares apropiados, como sus casas, la calle o en sus lugares de oración y congregación. De no hacerlo así podríamos encontrarnos con situaciones esperpénticas tales como que una lleve peineta y mantilla, otro venga de Nazareno con capirote y cadenas, la otra hiyab o burka, y un tercero vaya desnudo porque así lo manifiesta su religión, convirtiendo las aulas en mascaradas competitivas en a ver quien sorprende y llama más la atención.

Siempre podemos argüir sobre lo que cada cual entienda por lo adecuado, y esto, claro, según quien lo entienda, aunque al hacerlo no intentaremos otra cosa, no nos engañemos, que enredar aún más la madeja para beneficiarnos del nudo.

No podemos dar marcha atrás ahora… ahora que, por fin, se están logrando «desjudeocristianizar» los Colegios y la Enseñanza, que vengan desde otra fe a imponernos lo que nos ha costado siglos empezar a erradicar. No es cuestión de los unos y los otros, de la mía más porque es mejor, o la tuya menos porque es peor, no. Debemos entender que al colegio se viene a aprender, a ser educados, no a exponer e imponer nuestras creencias. Ni porque sean mejores ni peores que las de los demás, sino porque no es el caso ni el lugar.

Si pese al misógino de Saulo (San Pablo), que también recomendaba a las cristianas el velo como testimonio de fe, el uso del mismo ha quedado reducido a las monjas (toca) y desaparecido de la mujer en general, salvo, como recomienda el Código de Derecho Canónigo, cuando la mujer se acerque al altar o ante el Sacramento -y ya, ni eso-, ha de comprenderse en el Islam que los Estados occidentales no entiendan que ahora deba volver a imponerse la sumisión pública de la mujer como una manifestación religiosa y cotidiana… como deben comprender los cultos judeocristianos, mayoritarios en estos Estados occidentales, que, aún haciendo causa común con el «sarraceno» y por mucho que los «propios» no quieran remojar sus perillas al ver cortar la barba del «ajeno», en las casas se educa, en las aulas se enseña, y en las feligresías se adoctrina.

Como debemos comprender, en fin, que al revertir, manipular o barajar esto último, al albur de nuestros gustos y deseos, hacemos teocracia de la democracia, pantomima de la libertad de culto y por qué no decirlo llanamente, obligamos al educador a secularizar a nuestros -y no nuestros- hijos.

Pero es que además, y esto ya entronca con la segunda cuestión del problema, el hiyab es una manifestación de la sumisión, el recato y el decoro de la mujer frente al hombre, un signo de cautiverio y verguenza que evite al varón «distraerse» y abstraerse de su fe y acabar pecando, y que al llevarlo hace a la mujer adquirir un estatus de moralmente apta y digna para su padre o marido.

Y aquí, amigos, sí que nos encontramos con un escollo que no hay democracia que lo aguante por mucho tiempo. La mujer tiene los mismos derechos que el hombre, en un grado de plena igualdad, y no se acepta que deba sentirse sujeta, retraída o sumisa al varón, por mucho que los veladores de los textos religiosos de hace siglos no hayan querido actualizarse. La fe tiene su velo sobe el rostro porque exige creer sin ver, porque yo lo digo, porque si. Pero la razón nos alienta en sentido contrario, y mire Ud., aunque sea a la larga, quien lleva la razón es al que se la acaban dando.

No puede valernos que los demás lleven otro tipo de signos o símbolos externos, como piercings o crucifijos, para el caso de los derechos de la mujer, porque ni en uno ni en otro ejemplo suponen la aceptación de sumisión hacia el hombre, como ocurre con el velo, ni estigmatizan a la mujer por serlo, y aún en lo tocante a la religión, un colgante se cubre, se tapa, no tiene por qué verse, pero si quien se tapa es uno mismo, quien  oculta su faz por pudor -por vergüenza-, por respeto al hombre y correcta externalización de tu fe, es la persona, con todos mis respetos, no hablamos de religión sino de imposición anacrónica y esclavitud moral, y esto aquí o allá y en Democracia, no debe admitirse…

Quizá algún día la mujer llegue a comprender que realmente no necesita sentirse más o tan religiosa que nadie, ni guardar más o mejor su fe por someterse al hombre, sino manifestandose ante su Divinidad tal cual es, y dejando la parafernalia ritual para las ocasiones concretas en las que se requiera.

Estoy plenamente convencido, que la virtud y dignidad de la mujer (y del hombre) se manifiestan en sus hechos y no por sus descubiertos o tapados, y también tengo la absoluta convicción que la Divinidad, sea cual fuere, se la llame como se la llame, sabrá ver antes lo uno que lo otro.

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